Vista en persona, Eva es atractiva, más que en las fotos
que me ha enviado. Quizá guapa no sea la palabra que la defina, objetivamente
no ganaría un concurso de belleza, pero no le hace falta. Hermosa si es, no
tiene unos ojos arrebatadores, ni boca generosa u otros rasgos destacables,
pero el conjunto en si es equilibrado, lo que le da una hermosura difícil de
precisar. Y eso me gusta.
No buscaba nada especia cuando contacte con ella vía
el correo electrónico, pero la personalidad que destilaban sus escritos si me
atrajo poco a poco. Intercambiamos de todo, y especialmente experiencias y
deseos. Entre estos le dije que una de mis fantasías era tener una experiencia
con otra mujer, cosa que ella ya tenía y, en sus palabras, parecía muy
atrayente.
Y allí estábamos, en el bar en que habíamos quedado para
conocernos al fin. Me pareció que le gusté nada mas verme, no creo que fuera
por el físico, se que tengo un cuerpo bonito, como ella, pero no tengo medidas
de modelo, ni me hace falta, creo yo. Mis rasgos son totalmente normales, eso
si con un toque hermoso (y está mal que yo lo diga) en mis ojos verdes, que
contrastan con el pelo castaño que envuelve mi rostro.
Estaba algo nerviosa, no sabia bien que pasaría ni andaba
sobre seguro al concertar una cita con una desconocida. Bueno, no tan
desconocida, puesto que sabíamos mucho la una de la otra por el contacto
electrónico que habíamos tenido. Tal vez a causa de esto último, nos sentíamos
también viejas amigas, por eso la conversación salía con naturalidad.
- Bueno, ¿qué te parece si vamos a mi casa ... para estar
un poco solas? - me dijo. Creo que me sobresalte algo, o me puse ligeramente
colorada. No iba con la idea de tener una experiencia sexual con ella, pero no
la descartaba. Y titubeé. Lo medité un momento.
- Claro ... por ... porqué no .... vamos. Pisaba terreno
desconocido, quería avanzar pero dudaba. Sería la primera vez y quería que
fuera bien todo. Y notaba que Eva no quería presionarme, ella también trataba
que las cosas fueran por buen camino.
Llegamos a su casa, y nos sentamos en el salón. Descorchó
una botella de vino tinto. Seguimos hablando, y bebiendo. El alcohol siempre
elimina las inhibiciones. Y el calor también. Poco a poco, y sin darnos cuenta,
nos quitamos chaquetas, zapatos, medias, faldas, hasta los pendientes y collar
que llevaba. Y nos quedamos en ropa interior y camisa, sentadas en la alfombra.
Medio borrachas.
En un momento dado, me acarició un pie. Aún a esas
alturas, no habíamos tenido más contactos físicos que los besos que nos dimos cuando
nos encontramos en el bar y algún otro roce de movimiento natural. Esta vez era
diferente, el contacto era querido por ella, y consentido por mi. Por eso se
sintió con libertad para proseguir, de los pies pasó a acariciarme el pelo y me
dio un beso, rozando nada mas sus labios con los míos. Callé en ese momento, y
la borrachera casi se despejó. Dudas otra vez. ¿Cara de miedo? ¿Vergüenza?
- ¿Qué pasa? - Me preguntó con una sonrisa, una de las
expresiones que más hermosa la hacen, mientras acariciaba mi mejilla. - ¿No te
gusto?
Sonreí, el momento era mágico, pero - Si ... me gustas
mucho ... pero, no se .... me siento algo inhibida ... siento como miedo.
- ¿De mí? - Preguntó.
- No ... si ... un poco ...
Me dirigió una mirada tierna. Se levantó y entró en el
dormitorio.
- ¿Estás enojada? - Pregunté desde el salón, algo
asustada pese a la mirada.
- No, no te preocupes. - Dijo con voz tranquilizadora. Al
poco volvió con varias tiras de cuerda.
- ¿Para qué es eso? - Pregunté, todavía asustada.
- Es para que me ates. - Respondió. Y en ese momento me
dio la risa, quizá por lo extraño y absurdo de la situación...
Continuará ...